Pedro G. Paúl Bello Weblog

jueves, diciembre 14, 2006

¿AVESTRUCES?

"Maldito el hombre que cree en el hombre" Jeremías 17,05



El error que cometió la dirección política opositora, el 3 de diciembre pasado, fue el de no haber hablado con la verdad en la boca. Hacerlo, hubiera abierto vías hacia la comprensión de las razones sobre la decisión -sin duda delicada y difícil- que asumió al declarar el Candidato Manuel Rosales, de que aceptaba su derrota en las elecciones realizadas ese día.

No se trata, como bien escribe Emilio Figueredo, de buscar chivos expiatorios ni de descalificar la dirección que la oposición aceptó y siguió para esas elecciones. Se trata, sí, de evitar a toda costa que, a raíz de ello, retornemos los venezolanos amantes de la libertad a las graves consecuencias de aislamiento, escepticismo y pasividad que, posteriores a los resultados del referendo revocatorio, paralizaron la acción opositora durante dos años.

La mayor parte de los electores de oposición estábamos plenamente conscientes de que, si no se modificaban sustancialmente las ilegales condiciones y reglas que habían sido establecidas por el anterior CNE y agravadas por el actual, sería imposible obtener la victoria en éstos ni en cualesquiera otros comicios pues, con ellas, quedaban abiertas las puertas para todo tipo de fraudes y abusos que decidiera cometer el gobierno.

Siempre manifesté y escribí -como puede constatarse en mi blog- que no sería posible ganar las elecciones del 3D, no porque Rosales en particular y la oposición en general no alcanzara la mayoría –que a mi entender le sobraba y le sobra holgadamente- sino porque era ilusorio pensar que un gobierno, como el que padecemos, de clara vocación totalitaria, cómplice y elemento clave de un proyecto bélico de alcance mundial, entregara mansamente el poder como consecuencia de elecciones limpiamente realizadas. Eso nunca ha ocurrido en la historia. Ningún régimen totalitario ha caído por elecciones. Las personas que no manejan sutilezas de las ciencias políticas confunden equivocadamente dictadura y totalitarismo, gobiernos autócraticos o dictatoriales con regímenes totalitarios. Augusto Pinochet fue dictador feroz, pero no estableció un régimen totalitario y el caso de Ortega en Nicaragua, en su primer gobierno, que si era de vocación totalitaria, pero no consolidado, se explica por esta última razón que involucra debilidad y porque, además, estaba hostigado por las fuerzas de la llamada Contra que contaban con claro apoyo de los Estados Unidos.

Entonces, era lógico y absolutamente coherente que un razonamiento realista condujera a la conclusión que muchos -la gran mayoría, a mi manera de ver- de los opositores alcanzamos al considerar todas las perspectivas y posibilidades que se presentaban ante de las elecciones presidenciales del 3D: abstenerse de concurrir a ese proceso electoral con las inaceptables normas y disposiciones establecidas por un CNE indudablemente sujeto, de manera servil e incondicional, a los dictados e intereses del gobierno totalitario. El daño político que le hubiera proporcionado su elección con apenas un 9% del electorado, como ocurrió hace un año, hubiese sido definitivo para demostrar su condición ilegítima y detonante de su derrumbe total.

Con el hábil juego político de Petkoff, quien, al mismo tiempo en que sacó de la escena a Súmate con su propuesta de las primarias y estableció el tríade de posibles candidatos electorales en el que él mismo se integró y cuando contemporáneamente, fue lanzada con gran revuelo la candidatura de Benjamín Rausseo, que actuó a manera de catalizador quimico, en el seno del tríade se tomó la decisión de hacer de Manuel Rosales candidato único y unitario de toda la oposición y éste ofreció “cobrar” si alcanzaba la victoria. Entonces, el pueblo opositor entendió la conveniencia de votar, aún si se mantenian las disposiciones establecidas por el CNE, pues “cobrar” significaría no el vencer en la mesa legal unas elecciones ganadas en las urnas electorales, pero si la posibilidad de doblegar, como otros pueblos vecinos o lejanos lo han hecho, las pretenciones e imposiciones de un régimen despótico y usurpador.

En muy poco tiempo, la candidatura de Rosales prendió cual yesca ante chispa y su fuego encendió, por doquier, las esperanzas de los todos los demócratas venezolanos. Nadie, que no sea muy mezquino, podría regatearle al candidato de la oposición su total entrega y dedicación, el trabajo constante y fervoroso y el cálido mensaje que supo transmitir para entusiasmar hasta los espíritus más gélidos o escepticos. Las plazas, calles y avenidas de las ciudades grandes y de las poblaciones pequeñas de la Patria, se transformaron en ríos de multitudes plenas de fervor, de esperanza y saturadas de sueños libertarios. Venezuela es así: cuando se enamora se entrega. Pero, lamentablemente, cuando ese amor se frustra porque prive a la amante de lo que espera, surgen decepciones amenazantes de convertirse en rechazo.

Pero hagamos el esfuerzo de ser absolutamente sinceros y analicemos este fenómeno a la luz transparente de la realidad verdadera: ¿Habría prendido, así como lo fue, una candidatura de Rosales lanzada en condiciones de normalidad democrática? ¿Es o no es cierto que lo que propulsó la gigantesca e inédita movilización nacional, que llenos de entusiasmo vivimos a lo largo de tres meses, fue la común ilusión de ver esta suerte de Átila, regalo del averno, desplazado de sus funciones de presidente de la República? ¿De finalizar la pesadilla de los insultos y amenazas diaramente endilgados a ciudadanos propios y extranjeros? ¿De terminar con el empobrecimiento de nuestros compatriotas a costa del enriquecimiento de ocasionales y oportunistas socios foráneos? ¿De terminar para siempre con la impunidad escandalosa de crímenes y latrocinios horrendos y vergonzosos? ¿De acabar con el mito añejo y acomodaticio de una revolución absurda diseñada para satisfacer odios e intereses personales?

Desinformaciones de todo tipo y origen; mentiras, medias verdades y verdades completas han sido amasadas en confusas e indescifrables marañas de publicaciones que no hacen sino sembrar desesperanzas y desasosiego en el ánimo de sus receptores. Obviamente, agentes del régimen trabajan activamente en ésto, pero también opositores de buena fe que reaccionan emocionalmente frente a la decepción de este nuevo fracaso. Debemos abstenernos de reaccionar irracionalmente ante estímulos con frecuencia provenientes de adversarios que se sienten y actuan como enemigos nuestros.

Es urgente menester retornar a los valores. En esta hora menguada de la historia nacional, debemos atrincherarnos tras el valor fundamental de la Verdad. “Con la verdad no ofendo ni temo”, decía Artigas; “La Verdad os hará libres”, nos instruye San Juan en su evangelio. “Yo soy la Verdad ” nos enseña nuestro Señor Jesucristo en texto que recoge el Evangelio y que confirman su silencio ante Pilatos y su muerte en la Cruz.

El relativismo que predomina en el mundo, al negar la verdad objetiva y la verdad absoluta, ha sembrado en nuestra Sociedad -y por múltiples vías- falsas creencias y convicciones que deforman la conciencia moral de las personas que son el pueblo o conjunto de sus miembros, quienes, así, actúan en la práctica con una amoralidad de hecho, según la cual tienden sólo a dar primacía a sus beneficios particulares en desmedro del Bien Común General que desconocen.

Hoy, como nunca antes, debemos exigir de quienes pretendan asumir nuestra dirigencia política, total e irrenunciable apego a la verdad. Es el momento impostergable cuando la dirigencia opositora tiene que decir, con voz clara e indudable, la verdad de lo acontecido el 3 de diciembre. El país todo, opositor o no, siente que esa verdad no ha sido expresada. El país todo, opositor o no, sabe que el 3 de diciembre se ejecutó en este país un descomunal fraude electoral. He recibido informaciones incontestables de que ese fraude, mucho menos que electrónico que, si existió, no fue relevante, fue fundamentalmente un fraude manual construido con gran dedicación, a lo largo de dos años, con indiscutible y sorprendente pericía de relojero, habilidades y recursos, por cierto, dignos de mejores causas como lo son la satisfacción de las grandes necesidades populares. ¿Es que pretenden, como los avestruces, enterrar la cabeza en la arena para no ver la tempestad?

El país todo reclama que se le diga y haga conocer la verdad de las razones que indujeron a la prematura declaración del candidato Manuel Rosales; que se le diga y haga conocer la verdad del fraude electoral y se investigue a fondo el modo como se produjo; que se le diga y haga conocer la verdad de haber renunciado a no “cobrar” como se le había prometido al país, oferta que nos movió a todos a votar a sabiendas que las condiciones aceptadas conducirían a esta falsa derrota pero confiados de que al cobrar, la crisis inevitable podría abrir caminos hacia la libertad que no estábamos dispuestos a entregar con mansedumbre y tranquilidad, como si ésto fuese algo sin importancia.

Si, en verdad, de lo que se trata es de mantener la unidad estructurada y activa y la dirección coherente de esa oposición reactivada, hay que pasar por el trago, posiblemente amargo, de proclamar la verdad, única condición de prepararnos para el inminente futuro cargado de conflictos, pero también pleno de posibilidades que conduzcan a la definitva liberación de Venezuela.

De lo contrario, sin la verdad, apenas podremos respirar en medio de las tinieblas.