Pedro G. Paúl Bello Weblog

lunes, febrero 05, 2007

GOLPE COMUNISTA DE ESTADO

18 DE BRUMARIO.

Dice Emilio Figueredo, con mucho acierto, en reciente editorial de la revista Venezuela Analítica (on line): “A veces es necesario leer la historia para poder discernir el futuro, aunque está claro que ella no se repite en forma idéntica. Sin embargo, pareciera que las tendencias para asegurar una mayor concentración de poder personal si tienen un patrón básico claro y reconocible.” Es de notar que ese patrón básico obedece a leyes que la ciencia política formula a partir de comportamientos humanos en el cuerpo social, de la misma manera como la psicología deduce comportamientos de los individuos-persona según prototipos y la ética puede establecer reglas morales de comportamiento social o personal.

Como ejemplo al gusto de los auténticos golpistas, el 18 de Brumario, fecha del Calendario republicano francés, que correspondía al 9 de noviembre del calendario gregoriano. Ese día del 1799, octavo año de la República, Napoleón Bonaparte dio un golpe de Estado apoyado en el ejército y en sectores populares deslumbrados por sus éxitos militares. Con la excusa de una falsa conspiración jacobina, reunió al Consejo de Ancianos en Saint Cloud, burgo vecino a París, contando con la complicidad de sus adquiridos aliados Sièyes y Roger Ducos. Apoyado en el ejército, Bonaparte secuestró a la Asamblea y la obligó a nombrar tres Cónsules provisionales, grupo que encabezaría él mismo y completaban sus cómplices Sièyes y Ducos, con la condición de que el desempeño del Consulado se haría en orden alfabético, lo que le aseguró que sólo él lo ejercería. Como paso inmediato impuso una reforma constitucional supuestamente para “terminar con la corrupción y reestructurar el Estado”. Desde entonces, el 18 de Brumario se convirtió en una suerte de prototipo de los golpes de Estado.

Ese golpe de estado de Napoleón le llevó, el 2 de diciembre de 1804, a ser Emperador de Francia. Durante mucho tiempo, se ha relacionado la fecha 18 de Brumario con el concepto de golpe de estado. Así, en 1851, Karl Marx publicó su obra "El 18 de Brumario de Luis Bonaparte[1]. Marx inició esta obra recordando una expresión de Hegel quien “dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces ”. “Pero –prosigue Marx- se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. . . “ ¡Y a la misma caricatura en las circunstancias que acompañan a la segunda edición del Dieciocho Brumario! ”.
Los hombres hacen su propia historia” -y continúa Marx, determinista-, “pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal ” . . . “y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de expresarse libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lenguaje natal ”. . . “y la respuesta fue el 2 de diciembre de 1851. No sólo obtuvieron la caricatura del viejo Napoleón, sino al propio viejo Napoleón en caricatura, tal como necesariamente tiene que aparecer a mediados del siglo XIX .”. . . “Las revoluciones burguesas, como la del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan en seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su período impetuoso y agresivo”.

Es esta la poco marxista visión de Karl Marx sobre las revoluciones burgueses de su tiempo. Otra distinta presenta para las revoluciones que él denomina “proletarias”: “. . . se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta ! (¡ Aquí está la rosa, baila aquí ! ) .”

ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE LA REVOLUCIÓN “BOLIVARIANA”.


1) Ciertamente, vivimos una revolución en Venezuela que algunos ilusos tratan de profundizar, pero revolución burguesa, pues la gran mayoría de sus actores apenas son una reducida fracción de esos venezolanos que siempre han aspirado acceder en plenitud a tal calificación social (por lo demás, en propiedad histórica, absolutamente inexistente en un territorio y en un Continente que nunca abrigó el fenómeno burgués tal y como se produjo en casi nueve siglos de la historia de Europa) ¿Se trata de pequeños burgueses? Tal sector, al cobijo de la demagógica prédica de masas - que no de pueblo- de su mesiánico caudillo y al amparo de la total impunidad, garantizada de hecho para todo acto de corrupción (peculado, etc.) realizado por los responsables del Estado, ha asaltado el erario de la República y dado a luz una nueva clase de los mismos contornos y características que señalara Milovan Djilos en su famoso libro “La Nueva Clase”.

2) Revolución de corta vida, como lo apuntaba Marx en su citado libro “El 18 de Brumario”, pues “una larga depresión se apodera de la sociedad”, cuyas víctimas fundamentales no son la inexistente “oligarquía” criolla que dice perseguir, y ni siquiera la pseudo burguesía nacional, sino ese proletariado que dicen defender y que, como nunca antes, habrá de vivir desencanto, frustración y rabia ante el engaño gigantesco con el que se le ha venido utilizando para justificar toda clase de fechorías.


· Pero lo apuntado en los anteriores numerales no significa que ésto no sea una revolución: lo es en su forma y en su fondo. Será “pequeño burguesa”, pero aspira cambiar aceleradamente todas las estructuras, relaciones e instituciones de la realidad nacional y eso es revolución;

· Lo de “corta vida” tampoco significa, necesariamente, que ésto vaya a durar poco o muy poco. Por lo pronto ya el “proceso” va por ocho años, aunque mantenido en equilibrio inestable. Lo que en todo caso significa es que no es sustentable pues, con las excepciones de siempre:

1º) carece de suficientes talentos en su seno aunque haya cerca de una decena de personas capaces de crear y de poner en marcha - como lo está- el desarrollo del “proceso”, pero sin que eso baste para la inmensa tarea que ello significa;

2º) el resto de la dirigencia “revolucionaria” adolece que una inmensa incapacidad intelectual y mental, así como de una falta de compromiso real con la revolución emprendida, de la cual apenas pretenden el disfrute hedonístico de las riquezas mal habidas así como las prerrogativas del abuso del poder.


LA LEY HABILITANTE 2007


Los meses de diciembre de 2006 y enero de 2007 marcarán fechas muy oscuras en los anales de la historia patria. Los desbocados discursos de la persona que - gracias a sus incontrolable narcisimo y total carencia de ética, así como a la benevolente aceptación de desconocidos resultados electorales por parte de una dirigencia opositora más que negligente - todavía ejerce la presidencia de la República, presagian horas muy inciertas en el devenir de esta Nación digna de mejor destino.

La revolución -por supuesto, en boca de su creador y vocero único- de nuevo apela al insustancial concepto de “poder soberano originario”, el mismo invocado, por vez primera entre nosotros, en la ocasión de la inconstitucional convocatoria, mediante referendo consultivo, de la espúrea Asamblea Nacional Constituyente que se instaló en 1999.

Con la habilidad y ligereza que le caracteriza en eso de encadenar frases mal asimiladas, interpretar significados opuestos y torcer verbos, el primer malabarista del país se dio al trabajo de engarzar en el mismo tren, que arrastra la locomotora de “l’êtat c’est moi”, la tesis de la soberanía para fundamentar el absolutismo de Jean Bodin, el radicalismo revolucionario de la Montaña Jacobina, la máxima de la separación de los poderes del constitucionalismo de Montesquieu y luego Locke y la Voluntad General de Jean Jacques Rousseau. ¡Admirable obra jurídica y filosófica de carpintería subrealista! ¿Candidatura al Premio Nobel en Ciencia Política? ¡Todo para justificar el pito de la locomotora! ¡C’est moi, c’est moi!


sigue...






















[1] Carlos Luis Napoleón Bonaparte (18081873), sobrino de Napoleón I, nació en París y terminó como el emperador Napoleón III (18521870).