Pedro G. Paúl Bello Weblog

lunes, mayo 22, 2006

LA CONFUSIÓN SOBRE LAS ELECCIONES DE DICIEMBRE

Con el paso del tiempo, la confusión sobre las elecciones de diciembre se hace mayor y, por tanto, más grave. Cuando parecía que todo se arreglaba, la dispersión y el desorden se han enseñoreado amenazantes.

Por una parte, contra Súmate, y en particular sobre María Corina Machado, recaen acusaciones absolutamente infundadas, según las cuales la organización y su dirigente pretenden "imponer" un sistema de primarias para escoger al candidato único de la oposición. Pero es de una claridad meridiana que Súmate simplemente ha proporcionado a la oposición, y por demanda de ésta, la posibilidad de contar con un servicio confiable y competente para organizar unos eventuales comicios internos. Nada más.

Por otra parte, el tema sobre la precedencia que debe existir entre la escogencia del candidato único, o la lucha por lograr del CNE la aceptación de las condiciones mínimas que garanticen la transparencia del proceso, lejos de aclararse, cada día va tomando cariz de dilema irresoluble tan difícil de resolver como el de la precedencia entre el huevo y la gallina. ¿Es que no es posible ver con los ojos de la razón que es menester hacer ambas cosas a la vez?

Por lo pronto, quiero destacar que cada día que pasa hace que sea menos fácil realizar las primarias. Los tiempos legales conspiran contra su celebración y, a estas alturas, comienzo a percibir que esto va a convertirse en obstáculo insuperable si no se toma a tiempo una decisión definitiva al respecto. Pero no es la única dificultad que amenaza la celebración de las primarias o, al menos, que sus frutos sean favorables: la confusión que existe conspira contra la confianza del pueblo opositor y, por ende, favorece el aumento de la apatía de los electores, aumentando la posibilidad de que - de realizarse dicha competencia - sea bajo, el número de concurrentes... con las graves consecuencias que ello tendría.

Es indispensable que la oposición se fije un orden de prioridades en cuanto a sus objetivos en función de la salud democrática de la República. A mi manera de ver tenemos que realizar en mentes y voluntades -y no sólo en el mundo de los deseos- que el objetivo supremo es salir de este régimen. Allí debe apuntar todo pues, si ese objetivo no se logra, de nada servirá que fulano o zutano sea el candidato único de oposición, o que las encuestas o el consenso sean mejores o peores que las primarias. Cada día que este régimen permanece en el poder supone acumulación de males para el país que se traducen en destrucción, ruina y muertes.

Por supuesto que es menester tener claro que es lo que se debe hacer y quienes pueden y deben hacerlo una vez que este régimen sea despedido. Pero estemos claros en que ese es el objetivo y no otro por importante que resulte en función de orientaciones personales o grupales.

Insisto, además, en que la oposición venezolana no requiere de un candidato sino de un conductor, de un piloto que sea capaz de tomar en mano el gobernalle de Venezuela y llevarnos a todos a buen puerto. Lo que necesitamos es un ariete, fuerte y capaz como para derribar la puerta de la fortaleza y permitir su toma. Ese piloto-ariete puede ser o puede no ser el próximo presidente. Seguramente que su acción condicionará en mucho esa posibilidad, pero no la determinará necesariamente.

No es cierto, a mi juicio, que el país vea como imposición de "cogollos" la decisión que tome el grupo de los pre-candidatos como fruto de una reflexión sincera conducida honestamente entre ellos. Si se entiende que el objetivo imediato no es designar un presidente sino un conductor, cada aspirante a la presidencia puede sinceramente reconocer si tiene o no tiene las condiciones de carácter que exige esa misión: fortaleza; decisión; capacidad de arrastre y convocatoria; experiencia probada; posibilidad de audiencia tanto en el medio opositor como en el del sector oficial.

En la ocasión del referendo revocatorio le oí a Carlos Blanco decir que para ganar en aquél era antes necesario derrotar a Chávez. No lo derrotamos y por eso el 15 de agosto fue lo que resultó ser. No pretendo ni me corresponde juzgar a los actores que en ese día tuvieron la responsabilidad de conducir a la oposición, pero si siento que no tenían el ánimo, esa noche, de derrotar definitivamente a Chávez y salir de su nefasto régimen.

Es lo que tenemos que hacer ahora. Y derrotar a Chávez significa claramente imponerle al CNE las condiciones bajo las cuales se pueda concurrir a elecciones transparentes. Imponérselo sin negociación de ninguna naturaleza al respecto. Y si no lo hace, tomar la calle, con el pueblo que siga al piloto, emulando ejemplos que hemos conocido de otras latitudes y de cuyos pueblos no somos menos corajudos ni decididos.

Será así o no será en absoluto.