Pedro G. Paúl Bello Weblog

martes, febrero 03, 2009

¿Y AHORA QUÉ?

No pocos venezolanos y también extranjeros que son personas normales; que han constituido familias organizadas y bien estructuradas; que con mayor o menor holgura han vivido -y aún viven- del trabajo honestamente cumplido a lo largo de vidas felizmente realizadas, claro, con esas alzas y bajas normales en la existencia; que, rodeados de los suyos, han alimentado sueños de paz y estabilidad hechos realidad con esfuerzos y tenacidad; ellos se preguntan ¿por qué debemos renunciar a todo esto? ¿por qué, de la noche a la mañana en los tiempos de la patria propia o adquirida, han de sentirse extraños, enemigos de no se sabe quién; perseguidos sin causa personal o familiar que lo justifique; víctimas de atropellos, despojos e injusticias que no merecen; pensando, después de tanto vivir, en buscar nuevos destinos donde asentarse como apátridas y todo ello porque un puñado minúsculo de delincuentes audaces pudo, rapaz y sin escrúpulos, escalar el poder en una tierra que es la de todos pero que nadie ha sabido defender en cada oportunidad cuando era imperartivo hacerlo?

Hay abundante material en discursos y expresiones de la usurpación que hacen evidentes todos los males del país, porque lo anteriormente pensado y dicho ha quedado concretado en sus infames contenidos. Llegamos al punto que, desde antes del inicio preveíamos, no por adivinos o videntes, sino, simplemente, por haber visto, por haber conocido muchos antecedentes, por haber recibido muchas informaciones.

No deja, sin embargo de ser curioso –para decir lo menos- que en otras latitudes la gente va aclarando su pensamiento y capta con lucidez lo que está pasando en Venezuela, mientras tanto, aquí, todavía muchos se preguntan si es verdad que el sol calienta desde la mañana o si será posible que la luna salga de noche.

Confieso cansancio de repetir que llegó el momento, pues sobran quienes piensan siempre que hay un “después” más apropiado; que hay que actuar ahora o nunca, porque muchos responden que no es necesario. Y, así, han pasado días, meses y años y hemos cedido ya casi todo el terreno.

Me pregunto ¿miedo? Si, miedo. No pudo ser menos el efecto de esos cien años, de combate y muerte, discurridos entre el inicio de la guerra de independencia y la llegada de Juan Vicente Gómez al poder, que el de haber depositado, día a día, en el inconsciente colectivo venezolano, una suerte de limo paralizante, amasado de pavor e inseguridad, capaz de aminorar ímpetus, apagar fuegos de coraje y enfriar ánimos de lucha.

Pero no basta. También la riqueza adventicia extraída del seno mismo de la tierra, sirvió para distraer aquella conciencia libertaria de la epopeya libertadora: superficialidad, frivolidad e inconsistencia anidaron en muchas almas, desalojando valores fundamentales, sentido del honor y orgullo de ser venezolano. De allí que, “doctores del disimulo, con un pié en todas las causas, prestos siempre a pactar con quienes garanticen mayores oportunidades a sus ansias de permanencia en el disfrute de los réditos, antes se han hecho sordos a todo patriotismo que pensar en la verdad y la justica”[1].

Ahora, emplazado ante la dura realidad, decepcionado de tanto engaño por parte de aquellos en quienes, inmerecidamente, depositó esperanzas y confianza, el pueblo venezolano, su dirigencia honesta, las Academias de Ciencias de la Nación, los gremios profesionales, sectores de productores, dignos profesionales y técnicos que no se han arrastrado ante el despotismo, medios de comunicación y en especial sus gloriosos mujeres y hombres trabajadores, estudiantes y profesores universitarios, maestros, alumnos y propietarios de planteles educacionales privados, todos aquellos venezolanos herederos de las gestas que cantó e idealizó Eduardo Blanco, en quienes vibre todavía esa fibra que hizo salvar montañas y recorrer llanuras a patriotas de ayer y de siempre,
asumamos el compromiso irreductible de, otra vez, liberar de cadenas esta patria ahora amenazada por la voluntad y locura de un nuevo déspota, revestido del rojo color de esa sangre que regó tierras de Europa, de la China varias veces milenaria, del Asia Menor y de la noble cuna de José Martí.

¿Qué queda por hacer ante la intervención ideologizante que se pretende en todos los niveles de la educación de nuestros hijos y nietos? ¿Qué ante invasiones de edificios de apartamentos? ¿Qué ante ilegales expropiaciones de fincas y haciendas en todo el país, cuya consecuencia ha sido brutal caída de la producción de bienes para alimentar al venezolano? ¿Qué, ante atropellos contra los medios de comunicación, pasos primeros para terminar con todos los medios y enterrar definitivamente nuestra libertad de expresión? ¿Qué, ante el grosero e irrespetuoso despojo de las riquezas de la Nación, regaladas cual baratijas por todos los rincones de la tierra? ¿Qué ante los sistemáticos insultos contra los prelados de la religión católica? ¿Qué ante la bochornosa violación y profanación realizada en la Sinagoga de Maripérez? ¿Qué ante las tumbas de cientos de miles de venezolanos caídos victimas del hampa que atiza el oficialismo?

¿Qué? ¿Huir? ¿Mayami? O con Briceño Iragorry clamar:

“¡Vivir libre o vivir muerto! Porque es vida la muerte cuando se la encuentra en el camino del deber, mientras es muerte la vida cuando, para proseguir sobre la faz semi-histórica de los pueblos esclavizados, se ha renunciado al derecho a la integridad personal” [2]





[1] Briceño Iragorry, Mario. “El Caballo de Ledesma”. Obras Selectas. Ediciones Edime, Madrid-Caracas 1954, pg. 392.
[2] Idem. Pgs. 387-388.