Pedro G. Paúl Bello Weblog

domingo, abril 30, 2006

UNA VERSIÓN MÁS CERCANA A LA VERDAD, A LA JUSTICIA, A LA CARIDAD Y A LA LÓGICA

No como en las versiones oficiales, sesgadas por el interés político en desacreditar a la institución más valorada por los venezolanos, rebosantes de odios y cargadas de morbo, lo que ocurrió en la trágica madrugada del pasado sábado 22 de abril debe parecerse a lo siguiente:

a) El Padre Piñango abandona la reunión familiar a la que concurrió esa noche del 21 a 22 de abril y toma la camioneta de la CEV que utilizó para ir allí, en compañía de algunos familares cercanos, el último de los cuales dejó en la casa de éste ubicada en los Jardines del Valle.
b) Continúa, entonces, conduciendo el vehiculo para regresar a Montalbán, donde está la sede de la CEV en la que él habita (y no va con ninguna persona a buscar “diversión” en Las Mercedes, como, sin base alguna, lo ha afirmado una de las versiones oficiales).
c) En algún momento del recorrido, quizás próximo aún, o nó, a los Jardines del Valle, de alguna manera es interceptado (i. Sea porque le es bloqueado el camino por algún vehiculo que lo perseguía; ii. Sea porque alguna persona le pide una “cola” y, generoso, se la da y permite que la persona ingrese en la camioneta; iii) Sea porque alguna persona le ofrece un papel, una propaganda; iv) Sea porque estaciona y desciende un momento para tomar un café, pues seguramente tenía sueño y estuvo celebrando durante la fiesta).
d) En cualesquiera de las cuatro hipótesis anteriores, el Padre es afectado por los efectos de una droga (burrundanga o escopolamina , como resultó ser). (Ignoro si el lector sabe cómo funcionan estas drogas. Conozco una persona quien detuvo su vehiculo una noche de viernes, por cierto, en una panadería del Este de la ciudad en la que pensaba compraría pan y queso para llevar a la casa. De alguna manera que no recuerda, recibió contacto con la droga y perdió todo sentido. El autor o autores del hecho lo depositaron, no se sabe cuándo, en una acera de la urbanización La Floresta, lugar en el que le rescató la policía de Chacao para llevarlo a la asistencia de emergencia de la Alcaldía y avisó, pues le habían dejado solamente una tarjeta que lo identificaba e indicaba su teléfono. Esta persona apenas recuperó cabalmente el sentido el día lunes. Entonces se percató de que había sido despojada de todas sus pertenencias, incluyendo el vehículo.).
e) De seguida, el secuestrador llevó al Padre al Hotel pero concurrió solo ante la recepcionista, mientras dejó al Padre inconsciente en la camioneta (solo o con algún o algunos cómplices si los tenía) y en algún momento oportuno, trasladó al Padre, inerte por efecto de droga, a la habitación que había alquilado (y no como tendenciosamente afirma una versión oficialista, según la cual fue el Padre quien alquiló la habitación, subió a ella y, se supone, esperó a quien sería su asesino). Ésta, por lo demás, es la versión recogida directamente en el hotel (y transmitida por TV a todo el país) por la CICPC, actuando personalmente su subdirector Vicente Álamo. En su declaración recogida en esa oportunidad , la recepcionista del hotel afirma categóricamente, no haber nunca visto al Padre y sólo haberse entendido con quien después fuera su asesino, a quien describió en sus características físicas, descripción que, supongo, sería la base del “retrato hablado” que circuló por los medios de comunicación.
f) El secuestrador salió, lo afirmó la gente del hotel, para prorrogar el alquiler de la habitación y abandonó el hotel usando la camioneta.
g) Posteriormente, se conoció lo de su posible presencia en un Estacionamiento del Este, del cual quiso retirar la camioneta, pero no le fue permitido. Concurrieron dos personas, lo que refuerza la hipótesis de haber actuado acompañado y la posibilidad de que el Padre haya sido secuestrado y obligado a permanecer en su vehículo.
h) Nada de lo que ocurrió en la habitación, desde el momento no conocido del ingreso en ella del Padre hasta el de su muerte, puede saberse por vía de testimonio o de observación.
i) Lo que se encontró en la autopsia del Padre, se encontró (a reserva de que sea verdad que se encontró, reserva que procede, sin duda, ante un caso que ha tenido avatares tan contradictorios como éste, en los que el Fiscal General de la República se permitió nada menos que desautorizar, públicamente, al Cuerpo Científico de Investigación en las personas de sus directores) . De lo encontrado hay lugar para inferir hechos, pero no acciones. Por ejemplo: es un hecho verdadero que el Padre, de alguna manera, ingirió droga (burrundanga), pues se encontró en su cuerpo. Pero no es una acción verdadera la supuesta de que “él haya tomado la droga”. Como es también un hecho verdadero que él estuvo en la habitación del hotel, pero no es una acción suya verdadera que él “haya entrado por su voluntad”. Lo mismo se extrapola a todo lo demás que en su cuerpo se haya encontrado y sobre las demás cosas o efectos que se hayan encontrado en ese cuerto de hotel.
j) El ser humano fue dotado por Dios, su Creador, de libertad interior o libre albedrío. Ese don es un dato o nota constitutiva de la esencia del ser humano en general y de cada una de las personas humanas en particular. Todos los actos de una persona son actos morales, en el sentido de que son realizados con esa libertad interior que activa su propia voluntad y, también con razón que es otro don de Dios, esto es, racionalidad para ejercer el acto. De cada acto moral que realiza, la persona es responsable: rinde cuenta de dicho acto, y se hace acreedora de méritios si realiza un acto meritorio o de sanciones, si se trata de un acto condenable. Ahora bien, si la coacción externa impide u obliga la realización del acto, la libertad queda suspendida y la voluntad no concurre al acto; lo mismo, si por alguna causa, la racionalidad queda suspendida (por burrundanga) si no puede ser ejercida en un acto. No estamos ya ante un acto moral, porque o no es libre o no es racional, o ambos casos, como parece ser en el triste hecho que cercenó la vida del Padre Piñango.

En todo caso, tanto el asesino que segó su vida, como los detractores que trataron de cancelar su fama, han hecho un grande favor a la Iglesia en Venezuela y a toda la catolicidad venezolana: han abierto la posibilidad -si se cumplen condiciones y corresponden los hechos- de que hayan regalado su primer mártir a nuestra Iglesia.

viernes, abril 28, 2006

¡NI UN PASO ATRÁS!

La designación del nuevo CNE, supuestamente por parte de una Asamblea Nacional de muy discutible legitimidad; caracterizado por un tono político monocolor; en el ambiente de un "show mediático", como les gusta decir a los oficialistas; y pre-anunciado por la prensa roja varias horas antes de la "decisión" de la Asamblea, demuestra palmariamente lo que todos sabíamos pero muchos se negaban a aceptar: no hay posible salida política en las urnas electorales.

El Fhürer ha decidido: no se expone; no hay diez millones de votos; ni seis tampoco; y creer en cuatro es muy riesgoso, por muy que las encuestadoras amigables proclamen que su aceptación es del 60 por ciento: ¿Y si mienten para engañarlo?
El Fhürer urla: ¡NI UN PASO ATRÁS! Y dándose cuenta que actúa como cualquier escuálido de Altamira, añade "con las elecciones". Y replica: "¡hasta el 2030!". Es un ukase: no se discute.

La voz y la actitud de la oposición en sus acciones debe ser única por unitaria.

¡NI UN PASO ATRÁS! con la selección del candidato único, aunque, a la postre, no se concurra a las elecciones del 3 de diciembre.

¡NI UN PASO ATRÁS! en la protesta contra la imposición de un nuevo CNE rojo y la no aceptación del mínimo de condiciones indispensables para garantizar la transparencia y legitimidad de los comicios.

El número Uno, seleccionado como candidato, será el Jefe de la oposición y su responsabilidad será conducir la protesta hasta vencer. Hasta alcanzar elecciones legítimas. Hasta derrotar la tiranía totalitaria. Hasta liberar a Venezuela.

En esta negra hora de la Patria, no es posible saber hacia dónde se dirige nuestro destino. No puede servirnos como consuelo el saber que no vamos solos, sino acompañados. Los más próximos de nuestros vecinos, pueblos en los que corre sangre como la nuestra, batallan también en medio de estas turbias y turbulentas aguas que amenazan con arrastrarnos al fétido fondo de sus profundas oscuridades. Aguas formadas de populismos, autoritarismos, resentimientos, ignorancias y miserias.

Al comienzo, fue la ignorancia la que signó el atraso. Entonces el diagnóstico fue: estancamiento. En la presente aurora del siglo XXI, es la miseria la que impone la violencia.

Pero no nos vamos dejar arrastrar: ¡Remontaremos las profundidades! ¡Respiraremos los aires puros de las alturas! ¡Conquistaremos los cielos de las libertades que otra vez generamos!

Ese es nuestro reto, el reto de todos los venezolanos hijos dignos de su patria, de su sangre y de su herencia libertaria.

¡NI UN PASO ATRÁS!

viernes, abril 07, 2006

EL HUMANISMO POLÍTICO CRISTIANO

En una crisis total de valores como la que sufre nuestra sociedad, es menester volver a esas fuentes de las que se nutren nuestro espíritu y razón.



El ser humano, por su irrenunciable condición social, se encuentra inmerso en un particular complejo de modos de ser y de hacer que resultan de una concreta manera de organizar la vida en común, la cual, siéndole antecedente, le condiciona si bien aquélla es susceptible de recibir el aporte personal de cada cual.

Tal aporte puede actuar como refuerzo de los mecanismos de funcionamiento vigentes en la Sociedad, pero también puede introducir modificaciones y hasta alterar radicalmente esos mecanismos, así como los comportamientos sociales concurrentes.

Es sabido que la Sociedad tiene, como su razón de ser, una finalidad específica que es el Bien Común General, que incluye una suerte de garantía de posibilidad para la realización del destino propio de cada persona miembro del Cuerpo Social. Pero el Bien Común General, que no es una noción intangible y abstracta sino que es inseparable del hecho social de cuyo acto es objeto, es, por ello mismo, una realidad eminentemente histórica, valga decir, situada en un plano espacio-temporal preciso. Evidentemente, tal situación no es estática sino esencialmente dinámica, como conviene a la totalidad de la realidad social que la fundamenta.

Por otra parte, la Sociedad, en tanto medio instrumental que posibilita la cultura, requiere de la Autoridad cual disposición interna que permite organizar la totalidad del Cuerpo Social, para orientarlo hacia la construcción de ese mundo propio y común que es condición del desarrollo personal de los individuos humanos que son sus miembros.

La autoridad, entendida como facultad de orientar y dirigir, invoca una capacidad o potencia que la haga eficaz, esto es, capaz de obligar a la obediencia. Tal capacidad o potencia es el Poder.

Pues bien, los anteriores elementos, constituyen los fundamentos de la relación política.

El primer elemento, la capacidad humana de actuar, aporta a la relación su carácter de acto humano; por lo tanto, la política es acción racional, libre y responsable.

El segundo elemento, el Bien Común General, determina la finalidad de la relación y define el criterio de legitimidad de la política.

El tercer elemento, constituido por la Autoridad y el Poder que le es inherente, precisa el medio instrumental más importante para la realización de la relación. Es mediante la Autoridad como la acción humana, empeñada políticamente, puede operar más eficazmente en vista del alcance de la finalidad última de la Sociedad.

En un sentido lato podemos denominar política toda acción que el hombre establece con los entes que constituyen su mundo u horizonte de sentido, con el objeto de contribuir al logro del Bien Común General. De manera más restringida, la acción política se orienta a determinar el gobierno de la Sociedad a fin de que ésta alcance su objetivo específico.

La política deriva también de la condición finita y limitada del ser humano. Sin embargo, de la misma manera como en la génesis de la Sociedad, no son las necesidades y la condición carencial del hombre las únicas razones de la actitud política, también la sobreabundancia y la necesidad de amar y de dar están presentes en un comportamiento cuya finalidad última es el Bien Común General. El amor de amistad (amor amicitiae) se revela así como elemento esencial del acto político personal. Tal “amor amicitiae” se caracteriza por el desprendimiento: “Tanto más amo yo algo, cuanto más me entrego por amor a su bien”, para decirlo en las palabras de Juan Duns Escoto[1]. Por ello mismo, el Papa Pio XII, recogiendo la expresión de su antecesor Pio XI[2] pudo decir de la política que es la forma más excelsa de la caridad, después de la Religión.
Giorgio La Pira, definía la política como “la actividad arquitectónica destinada a coordinar y a dirigir la acción colectiva[3], y en este sentido podemos definir como política toda acción que se oriente a dirigir a la Sociedad, mediante la actuación directa o indirecta del Estado en sus diversos sectores, niveles e instancias, de manera que, como decía el Dr. Arístides Calvani, política, en el fondo, es un arte: “el arte de hacer posible lo que es menester[4].

Desde luego, se comprende que nos ubicamos en la vertiente de las relaciones humanas predispuestas por la voluntad de amor y fundadas en la aceptación de la propia finitud y no en aquélla, contradictoriamente opuesta, en la que los actos responden a las determinaciones de la voluntad de dominio pues cuando, al no aceptarse la finitud, rige ésta, la política se aparta de su finalidad última y degenera en opresión.

Política y Ética.

Acto humano, la relación política está indiscutiblemente subordinada a la ética. Es indispensable usar un instante para proponer algunas reflexiones sobre el particular.

El pensamiento de un humanismo personalista como el cristiano que comparto, se funda en la eminente dignidad de la persona humana y en el principio del Bien Común General entendido como objeto final de la Sociedad. Ambos principios se constituyen en causa final y reguladores de la política. La idea de Bien Común, como origen y fin de la política, nació en la antigüedad con Platón y Aristóteles y se prolongó durante casi todo el medievo, cuando el cristianismo, con su doctrina paulina del Cuerpo Místico, condujo a la concepción orgánica de la Sociedad cuyas partes se conciben subordinadas al bien del todo social. Pero toda esta concepción descansa sobre la idea de la existencia de una ley eterna, inscrita por el Creador en la naturaleza de todo lo creado y que, en particular, sirve de fundamento para la orientación de las acciones del ser humano y es anterior a toda legislación positiva de la Sociedad.

Además, la Sociedad ni es la suma de los individuos que la integran, sino que constituye una realidad de orden que tiene su propia entidad y finalidad, ni tampoco procede de ninguna suerte de “contrato” entre sus miembros. Pero ideas contrarias desplazaron, en la modernidad, la visión unitaria y orgánica del cuerpo social y se pretendió, con las teorías contractualistas, atender a la explicación y solución del problema de conciliar los intereses opuestos de los individuos.

Posteriormente, la época moderna, que se fundó sobre el individuo y en una moral subjetiva de los hombres, se apartó de la visión iusnaturalista para sustituir la ley natural por el derecho positivo, concebido como mecanismo único para resolver los conflictos entre los individuos y para hacer funcionar bien la Sociedad. Decíamos que la moral subjetiva instaurada condujo a un relativismo ético, justificado bajo la premisa de que la ley natural o no existe, o no puede ser asumida, con el argumento simplista de que sobre ella hay una gran diversidad de opiniones individuales que, en realidad, no son más que conveniencias particulares.

Como consecuencia de ello, la política fue separada de toda sujeción al orden moral para reducirla a una categoría de acción independiente, cuya razón de ser es el bien o la finalidad del Estado. La ética interfiere, por lo que se niega la sujeción a ella de la política y, de esta forma, se niega también toda racionalización moral de la vida política.

Ocurrió que, a raíz de los cambios suscitados por la Reforma y de las expectativas generadas por la nueva Ciencia positiva, en el centro de la cultura fue sustituido Dios por el hombre. Entonces, la comprensión de la naturaleza y dignidad de la persona humana quedaron incompletas y la finalidad de la libertad de las acciones del hombre dejó de orientarse hacia los designios y planes del Creador. La consecuencia fue la pérdida de toda confianza en el concepto de Bien Común, al tiempo que la justicia sólo fue entendida en términos contingentes.

Pero como ni la dignidad humana ni los derechos fundamentales resultan de acuerdos o contratos sociales, sino que fundamentan y convalidan todas las leyes y normas, y la persona humana es “principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales” [5], por la orientación contraria, el ser humano fue reducido a objeto manipulable por todo tipo de egoísmos o ideologías parciales y la política se redujo a simple y brutal competencia por el poder.

En tales condiciones, la verdadera democracia y todos los logros alcanzados por el hombre en su lucha por conquistar más amplios espacios para ejercer sus libertades externa e interna y hacer valer su dignidad, viven bajo la amenaza permanente, muchas veces realizada, de poder ser cancelados por la ciega voluntad de un déspota o de una ignorante simple mayoría masificada de votos. Así, se hace de la “política” un dominio separado e independiente, autárquico en sus fines, reglas y determinaciones. El “fin político” justificará cualquier medio, con la sola condición de que sea eficaz. De tal manera se absolutizan realidades contingentes como El Partido, El Estado, La Clase o El Jefe, mientras el propio opresor queda oprimido por su abstracción y termina tan cosificado como el objeto de su dominio.

La vida individual de la persona humana no puede entenderse desvinculada de su vida social; de la misma manera, en el caso de la política, la vida pública no puede concebirse sino subordinada a la moral, puesto que la persona es la razón de ser de una Sociedad que, por tanto, es espiritual y moral antes que formal y estructural[6].

La acción política, entonces, se fundamenta en los principios metapolíticos que sustenta la cosmovisión personalista, así como en los correspondientes principios políticos de libertad interna y externa, igualdad esencail y desigualdad existencial, justicia en sus diferentes expresiones y solidaridad. Su fin, como ya se expresó, es el Bien Común hacia el cual se orienta indefectiblemente la Sociedad, para que cada hombre y todos los hombres, sin excepciones inaceptables, tengan la oportunidad de desarrollar plenamente su potencial de persona, así como de participar efectivamente en la generación de la obra común y en el disfrute de sus beneficios.

Para concluir, recordemos, al paso, que la acción política supone tres aspectos que le dan sentido y la hacen eficaz:
- El aspecto de la filosofía política que establece las metas de actuación y la función del hombre en la Sociedad de acuerdo a la concepción solidaria.
- El aspecto de la ciencia política que establece los mecanismos institucionales adecuados a tal concepción del hombre.
- El aspecto de la técnica política que dispone los medios de acción y las intervenciones en el seno de la Sociedad, de manera de relacionar su realidad institucional con las orientaciones de la filosofía política y con los conocimientos que propone la Ciencia Política.

Sobre tales premisas y con la indispensable condición de que el político cristiano sustente sus principios y valores con su conducta y con sus propios hechos, podemos confiar en que la civilización avanzará, sin sujeciones integristas, en la construcción de ese ideal posible, que es el humanismo cristiano, personalista y profano de una nueva cristiandad.

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[1] Opus Oxioniense, III.d.27. qu. Un. N.17: “hoc enim magis diligo…pro cujus bono salvando magis me expono es amore, quia ‘exponere’ sequitur amoren”
[2] “La política es una forma eminente de la Caridad”. S.S. Pio XI. Mensaje del 18 de diciembre de 1927
[3] G. La Pira. Para una Arquitectura Cristiana del Estado.
[4] Arístides Calvani. Documentos del IFEDEC
[5] Concilio Vaticano II. Gaudium et Spes, n. 25.
[6] G. La Pira. Op. cit.

jueves, abril 06, 2006

¿QUÉ ESTADO DE DERECHO?

¿QUÉ ESTADO DE DERECHO?


Bajo este régimen que, más que comunisto-nazi, es delincuente y criminal, retrocedemos, a pasos veloces, hacia niveles de infradesarrollo sólo alcanzados en la Región por Haití y cada vez más aproximados a las lamentables realidades de algunas naciones africanas.

Hace tiempo que, con este régimen, en Venezuela dejó de regir el estado de derecho. Desde la írrita convocatoria de la Asamblea Constituyente en 1999, pasando por todos los fraudulentos procesos electorales y de referendos habidos desde ese año - la mayor votación nacional en el referendo para aprobar la Constitución se obtuvo en el Estado Vargas el mismo día cuando éste se encontraba sumergido en las aguas de la tragedia -, hasta la ilegal ampliación del número de los miembros del TSJ, hecha para hacer del Poder Judicial instrumento sumiso y obediente del Poder Ejecutivo.

Pero la peor expresión de la degradación que ha alcanzado esta Venezuela, invadida por la revolución cubano-chavista, es la muerte vil y sistemática de ciudadanos de todo nivel, sexo y edad. Larga es ya la lista de las víctimas del desborde del crimen. En muchos de los hechos criminales ocurridos, la sospecha de culpabilidad ha recaído sobre funcionarios de cuerpos militares y de seguridad del Estado. Baste con recordar las numerosas víctimas mortales de la represión gubernamental ejercida contra manifestaciones de sectores opositores realizadas, en años anteriores, tanto en la Capital de la República como en diversas ciudades del interior del País o los dolorosos hechos en los cuales, de manera todavía no explicada, perdieron la vida varios soldados de nuestra Fuerza Armada.

A todo este triste capital delictivo, los venezolanos lamentamos, en días más recientes, que se añadan el llamado caso Barrio Kennedy: ajusticiamiento realizado, de manera fría y calculada, de cuatro jóvenes estudiantes de la Universidad Santa María por parte de cerca de treinta funcionarios que, según las informaciones oficiales, pertenecían al DIM y al CICPC; el caso del secuestro y posterior asesinato (con aparente responsabilidad de agentes policiales del Estado Aragua) del industrial Filippo Sindone en Maracay y los últimos casos, que han determinado por provocar grande y conmovida reacción de los ciudadanos: el secuestro y horrendo crímen, presuntamente cometido por agentes de la policía, de tres menores de edad, los hermanos Faddoul Diab y el adulto Miguel Rivas quien los acompañaba y, en la misma tarde de hoy, el alevoso asesinado del reportero gráfico del diario El Mundo Jorge Aguirre.

Esta tarde oí, con gran sorpresa, la ingenua actitud del conductor del más importante programa político de televisión, que –por injusta ley- sabemos estaba orientada a desterrar de su programa toda mención que relacionara políticamente estos crímenes y, en general, la grave inseguridad que, a ritmos de acelerado y continuo crecimiento, ha venido incrementándose en el país, año a año, entre 1999 y esta fecha. Actitud que califico como indicaba, pues aunque responde a la necesidad de defender, en lo posible, intereses legítimos del canal, que es el medio más valioso e importante que tenemos los venezolanos para mantenernos informados, peca de ingenuidad porque, pese a la instrucción ministerial, salta, a ojos vista, que el fondo del problema es Político, así, con P mayúscula (y no partidaria) como lo señalara alguno de los invitados en el prestigioso programa.

Al efecto, preguntémosnos: ¿Qué ha ocurrido para que hayamos llegado en Venezuela a tan perversa situación?

A mi manera de ver han ocurrido tres cosas determinantes:

1ª) El régimen se ha trazado la firme conducta de destruir todas las instituciones del país (políticas, sociales, económicas, educativas, culturales, religiosas, etc.) con el avieso propósito de acabar con ellas o de ponerlas, servilmente, al servicio del Jefe Supremo. Eso lo ha alcanzado ya, de manera total, con las instituciones políticas de los Poderes Públicos. No obstante, algunas instituciones del Estado han sido parcial pero imperfectamente controladas, como la FAN y la gran mayoría de los gobiernos estadales, y también las policías regionales que se mantienen como reminiscencias del esfuerzo descentralizador que se inició desde los años 90 (hecho que destacó esta misma noche el Ministro Chacón).

2ª) No ha ocultado el gobierno su interés en centralizar de nuevo al Estado venezolano. La concentración de poder en manos del Presidente de la República establecida en la Constitución de 1999 es muestra de ello. En ese mismo sentido se alínea la creación de una policía nacional que, o elimine las policías regionales y municipales, o las someta férreamente a los dictados de aquélla.

3ª) Pese a las demagógicas ofertas que el candidato presidencial del ahora régimen hizo en su campaña electoral de 1998, la pobreza y todo lo que rodea este concepto (especialmente vivienda, trabajo y educación) han sido particular y especialmente preteridas desde el poder. Son conocidas las estadísticas que muestran el asombroso retroceso de una Venezuela, cuyo Estado es como nunca opulento, a las posiciones más desfavorables entre todos los países del mundo, dentro del programa del PNUD para el desarrollo.

Ahora bien, la destrucción de las instituciones, la centralización del poder y hasta la figura de las policias nacionales (o especiales) responden con estricta regularidad a la doctrina y los objetivos político-institucionales de ejemplos realizados del modelo totalitario de Estado. Por su parte, la pobreza generalizada se adecúa, muy bien, a los objetivos del modelo de Estado populista, que es otra de las vertientes que concurren en la particular conformación y desarrollo del modelo de Estado chavista en desarrollo. La pobreza se auna con la destrucción de las instituciones, para hacer del pueblo masa amorfa y anómica, débil en su dependencia e indefensa en su aislamiento.

Sería irresponsable afirmar como verdad, y sin pruebas, que los crímenes son obra deliberadamente realizada por parte de los conductores del Estado. Pero es indudable que les favorecen, pues sirven para desacreditar las policías en general y, con base en ese descredito, justificar, vender y defender ante la Nación, la creación de una superpolicía nacional (que en la Alemania nazi se llamaron la SS y la Gestapo; en la URSS la KGB; en Cuba se llama el G2). Con la misma premisa que inicia este párrafo, debemos observar y reconocer que hechos tan dolorosos como los que estamos lamentando hoy, sirven también para favorecer el ocultamiento y el olvido de situaciones de la enorme gravedad y trascendencia política como las que tienen las recientes, continuas y recíprocas acusaciones, entre facciones de partidarios del régimen, sobre la comisión de graves y escandalosos hechos de corrupción y peculado que lesionan dramáticamente el patrimonio nacional.

A lo anterior debemos añadir la pregunta ¿quién propicia y exalta la violencia? Se dice de un jefe de Estado que es el primer magistrado (magister, maestro) nacional. Es, por tanto, modelo de comportamiento para todos los ciudadanos. El actual jefe del Estado, debido tal vez a sus condiciones personales y psíquicas, con diaria perseverancia ejerce la cátedra de la amenaza, del insulto, de la agresión y del odio. Esas enseñanzas encuentran seguidores que exhiben conductas agresivas en sus relaciones sociales. Como ejemplo, observamos, día a día, en el tráfico de nuestras ciudades, que conductores de todos los sectores sociales se enfrentan con violencia tal como si librasen mortales combates por su superviviencia; en el mercado; en las aceras de las calles; en fin, en todas las relaciones que genera la vida común organizada de la sociedad. Nada extraño resulta, pues, que mentes de lábiles equilibrios emocionales o psíquicos, den rienda suelta a pulsiones agresivas que puedan desembocar en el crimen y en el sadismo.

Por supuesto que estas dolorosas viviencias no sólo responden a un problema que es político en sus causas y consecuencias, sino también en sus soluciones. La finalidad de toda Sociedad nacional es el Bien Común General. Este concepto puede resumir su significado como “la buena vida humana” de todos y cada uno de los miembros de la Sociedad. Ello incluye todo un conjunto de condiciones y medios que permitan y aseguren, a cada cual y según sus diferencias existenciales, la propia realización como persona humana. Para conducirle a ese fin, la Sociedad requiere de la Autoridad y, a tal fin, tiene un sector especializado que es el Estado.

En una sociedad democrática, la fuente de la autoridad es el pueblo entendido como el conjunto de todos los miembros del Cuerpo Político o Sociedad. Será, en consecuencia, ilegítima toda autoridad que gobierne contra el Bien Común; o que se imponga contra la voluntad del pueblo; la que incurra en abuso grave, permanente y general; y también aquélla cuya incapacidad constatada, permanente e irremediable, le impida gobernar.

Hagamos votos para que la dolorosa pérdida de estos tres hermanos Faddoul, jóvenes y promisorios valores de Venezuela; de su acompañante el Señor Rivas; del industrial Sandoni, de los jóvenes sacrificados en Barrio Kennedy; de los soldados asesinados, así como de todas las víctimas del odio y la violencia que han entristecido a todos los venezolanos, sirva para darnos coraje y, sin miedo, dispongamos lo necesario para restablecer la libertad, la justicia, la paz y la alegría en este noble pueblo digno del mejor destino.